En El envejecido anochecer
El orden se entretejía curiosamente
Con la calma.
El mar entablaba un diálogo sorpresivo
Con la dudosa eternidad.
Se olvida la carne,
El zonzo soñar de los hombres,
El penar de los árboles,
La diaria lágrima del tránsito,
El volar inocente de un pájaro desnudo,
El mensaje de las cosas inasibles.
El Ser, encarnecido, se desprende de sí mismo,
El Dueño del Silencio proyecta su acto milenario.
Acude, entonces,
El Alma,
Al lugar de la tragedia
Y observa,
Simplemente observa.
Hay una sola ola de sangre vestida de terror,
Una Sucesión de sombras visitando los escombros,
Amansando los recuerdos con la mísera nostalgia.
El “nada es” con “lo que ha sido”,
Con lo que ya nunca ha de volver a ser.
El Alma percibe la sorda tiniebla que la inunda,
El Asco que la habrá marcado por siempre.
Pero no provoca gestos inútiles,
Sólo afirma su dolor en el silencio de los astros…
Fue imposible llorar
Porque no quedó
Lágrima ninguna.
El orden se entretejía curiosamente
Con la calma.
El mar entablaba un diálogo sorpresivo
Con la dudosa eternidad.
Se olvida la carne,
El zonzo soñar de los hombres,
El penar de los árboles,
La diaria lágrima del tránsito,
El volar inocente de un pájaro desnudo,
El mensaje de las cosas inasibles.
El Ser, encarnecido, se desprende de sí mismo,
El Dueño del Silencio proyecta su acto milenario.
Acude, entonces,
El Alma,
Al lugar de la tragedia
Y observa,
Simplemente observa.
Hay una sola ola de sangre vestida de terror,
Una Sucesión de sombras visitando los escombros,
Amansando los recuerdos con la mísera nostalgia.
El “nada es” con “lo que ha sido”,
Con lo que ya nunca ha de volver a ser.
El Alma percibe la sorda tiniebla que la inunda,
El Asco que la habrá marcado por siempre.
Pero no provoca gestos inútiles,
Sólo afirma su dolor en el silencio de los astros…
Fue imposible llorar
Porque no quedó
Lágrima ninguna.
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